Opinión

Evocación y trascendencia en “El rito” de José A. Ramos Sucre

Orlando Peña / Venezuela RED Informativa.us

El comienzo del texto «El rito» pone de manifiesto una acción de múltiples resonancias cuando el protagonista señala que “Me habían traído hasta allí con los ojos vendados”. “Allí” es el santuario donde fue trasladado posiblemente por un grupo de espíritus o demonios cómplices de la muerte de su amigo cuya experiencia pudo haber vivido en una pesadilla. El lugar estaba iluminado por unas llamas cuyos movimientos desiguales e intermitentes se desplazaban por los espacios del templo embelleciendo e iluminando diversas partes de este durante la noche sepulcral. Al llevar sus ojos cubiertos por una tela no sabe a dónde se dirige ni sabe que los que llevan a cabo la acción lo hacen sin lamentaciones. El uso de la frase “noche sepulcral” está asociado a la muerte que es ciega como el destino. Pareciera que los entes lo desplazan a un encuentro con la muerte. Los ojos vendados podrían representar la muralla del destino que se desconoce. Quien lleva los ojos cubiertos solo le queda ver el abismo insondable y misterioso de su alma. En este ambiente todo lo que rodea al protagonista es la nada.

La descripción de las columnas de figuras femeninas refuerza el sentido de justicia en el santuario por llevar en sus manos balanzas y lámparas apagadas.

En el desarrollo de las acciones pasa de un estado de incertidumbre, impulsado por fuerzas oscuras, a un estado de plena consciencia. Es como si se presentara un choque de voluntades, un conflicto entre los otros y su yo, pues sólo prevalece en él el valor de la amistad. Sale de la oscuridad a la que lo habían llevado los entes con los ojos vendados, y despierta, toma conciencia de sus actos. El propósito que lo impulsa es ofrendar con el recuerdo a un amigo con el que compartió momentos de soledad, de quien solo pudo conocer la nobleza de su persona. Su compañero murió después de haber sido atacado por una muchedumbre trastornada que no tuvo compasión con arrebatarle la vida. Su muerte fue un ingente acto de crueldad, de extrema ferocidad, que solo pudo ser consumada por personas enajenadas, poseídas por el mal, por el instinto animal.

La muerte de su amigo casi lo llevó a una crisis existencial pero logró recuperar la calma espiritual, encontró la paz de su alma, mediante una ceremonia que consistía en colocar en su mano izquierda un manojo de las cenizas de su compañero e implorar su nombre a la orilla del mar tres veces consecutivas todos los días durante una semana. Tal vez este ritual o forma de misticismo trascendental le hizo sentir su correspondencia con la víctima en el más allá de la vida terrenal, expresarle la piedad que le fue negada por los demonios que apagaron su vida.

Ojp5@hotmail.com

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba
A %d blogueros les gusta esto: