Poeta, periodista y analista político nicaragüense Ariel Montoya: “El sandinismo ha representado para mi país sangre, pobreza, dolor y muerte”

Alexander Arredondo / Venezuela RED Informativa.us
Los poetas están dotados por los dioses de un don que es una bendición y una maldición al mismo tiempo, se trata de la clarividencia. Este don es su propio azote, les permite ver con claridad asombrosa no solo la realidad que los rodea, sino el futuro que se abre paso inexorable, siempre se desviven por advertir al resto de los simples mortales lo que aguarda a la vuelta de los tiempos, pero casi nadie los escucha con debida atención, cuando no simplemente hacen oídos sordos; así al poeta desesperado, poseedor de verdades y sabiduría, en su soledad, quizás desde su torre de marfil, solo le queda atisbar el destino de los hombres con la amargura del desoído, de aquel a quien solo se le reconoce cuando la realidad aplasta irremediablemente. Nuestro invitado de hoy es un poeta poseedor de esa vital sensibilidad que adorna a esos videntes amados y odiados por los dioses.
El nicaragüense Ariel Montoya no solo es poeta, por propia voluntad profundizó en las tempestuosas aguas del que busca saber la verdad, es periodista. Así las cosas, la dualidad poeta/periodista en la América Latina de hoy hace de Montoya un verdadero superviviente del verbo y la realidad.
Ariel Montoya, el poeta, el periodista, no se anda por las ramas, de una vez lanza sus opiniones con la rotundidad del que sabe lo que dice: “Nuestras naciones no alcanzan el estatus de estado-nación, poseen muchos resabios de la conquista, mucho caudillismo, lamentablemente estamos desprovistos de verdaderos estadistas. Por eso los caudillos se vuelven tiranos, y les va peor a nuestras naciones cuando a ese caudillo lo contamina el fenómeno del marxismo-leninismo. Yo fui víctima de ese flagelo en forma de Sandinismo, por allá en 1984, cuando estudiaba Derecho en Nicaragua. Como otro más de los jóvenes de esa época en mi país natal, fui asediado por el ejército con la finalidad de llevarnos a los campos de guerra para defender a la revolución del imperialismo norteamericano. Estuve preso varias veces por desertar. Hasta que obtuve un pasaporte con nombre falso: Fausto Felipe Garzón Ruiz y escapé a Guatemala”, así arranca la conversación nuestro entrevistado, dándonos una muy sucinta idea de lo que significó para él ser blanco del Sandinismo, empeñado en parapetarse detrás de la juventud de aquellos tempranos 80 para mantenerse a todo trance en el poder en Nicaragua. Muy poco han cambiado los tiempos para esa nación centroamericana.
-¿Qué cambió en usted en Guatemala?
-Las oportunidades eran muy escasas en aquel momento en Nicaragua. Había racionamiento, todo era muy difícil. Cuando lograron sacarme a Guatemala, repentinamente empecé a experimentar un cambio muy fuerte. Lo primero fue alcanzar un nivel de conciencia política. Lo siguiente fue tener la seguridad de que el sistema político imperante no daba la felicidad al pueblo, por lo que era urgente combatirlo hasta destronarlo. En Guatemala me involucro con grupos intelectuales y políticos. Allí mi apreciado Armando de la Torre me ofreció una beca y estudié Ciencias Políticas, mientras trabajaba en periodismo cultural y también daba clases de literatura. En Nicaragua, mi familia vivía en la zozobra.
-El régimen de Daniel Ortega desde entonces ha martirizado a su pueblo…
-Daniel Ortega ha manejado el poder político desde 1979. Ha chantajeado, ha hecho todo lo que ha estado a su alcance para atornillarse en el poder. Una de sus herramientas predilectas para lograrlo ha sido la cultura. En América Latina es tradicional que la izquierda maneje la cultura. Entonces arrancó una propaganda destructiva contra el Somocismo y Estados Unidos. Todos los males eran culpa de ellos. La izquierda era inocente víctima. Todo aquel que se oponía a esta concepción del mundo era agente del imperialismo norteamericano. Sí es verdad que el somocismo cometió errores, pero es innegable que la situación económica era mejor. La propaganda afirmaba que todo era culpa del somocismo, pero la verdad es que desde que la izquierda asumió el poder en Nicaragua en 1979 arrancó la represión. La mala derecha es culpable de no haber permitido cohesionar un discurso que se erigiera contra el sandinismo y apartarlo del poder.
-¿Qué representa el sandinismo para Nicaragua?
-Sangre, pobreza, dolor y muerte. Pero no podemos perder de vista que todos en Nicaragua somos cómplices de una falsa reconciliación que dio alas al sandinismo. No ha pagado los robos, no se les ha aplicado justicia. Siguen impunes.
-Parece un mal afín a otros países de América Latina donde ha gobernado la izquierda.
-Me parece que la humanidad con cierta frecuencia atraviesa por ciclos negativos. Esta fase que vivimos actualmente me parece que es la embestida del comunismo. Y todas esas fuerzas, sin importar de donde provengan, han hecho alianza para el mal. El narcotráfico y la supuesta izquierda democrática tienen ciertos vínculos. Hay una redefinición, una misma sintonía.
-Eso también ha afectado a Venezuela…
-Venezuela ha sido un país tan grande, tan rico con el petróleo. Nadie se explica cómo el castro-chavismo lo ha degradado de manera suicida, haciendo daño a todos los que en aquel país conviven. Eso no tiene explicación.
-Usted ha estado en Venezuela…
-Sí, por supuesto, un pueblo muy cálido… Estuve en ese bello país cuando fui miembro de la UPLA (Unión de Partidos de América Latina). En 2005 se realizó un congreso de esta organización y yo fui invitado a participar en Caracas y Valencia. Conocí a mucha gente encantadora. Venezuela es un país espléndido.
-¿Y cómo fue su salto a Estados Unidos?
-En primer lugar, yo nunca pensé vivir en Estados Unidos, pero este es un país de oportunidades y termina atrayendo a todo aquel cuyo destino está en riesgo. La misma dinámica hace que salgas adelante. Empecemos por el principio, en 2018 estuve en las marchas que estremecieron a Nicaragua. Y de repente me llegan amenazas de muerte por los artículos que escribía sobre el tema. La última vez que me llamaron me di cuenta de cuan cerca estaban de mí. Me advirtieron: “Andate del país”. Ya no me dejaron otra salida, abandoné mi país, primero me refugié en El Salvador, luego pasé a Guatemala y de allí a Miami. Aquí en Florida me gano la vida corrigiendo textos y también estoy integrado a movimientos culturales.
-Pero no ha abandonado el activismo político.
-No he perdido la consciencia del daño que le hace la dictadura de los Ortega a mi país. Es necesario fomentar la resistencia. Hay que continuar luchando contra la tiranía, contra la dinastía de los Ortega.
-¿Esa lucha incluye a otros intelectuales nicaragüenses?
-Tengo mi opinión al respecto, hay una actitud pasiva y torpe de los intelectuales. Resulta impactante asumir que en Nicaragua nunca vieron cómo la economía y las demás áreas del quehacer humano se desplomaban, solo pocos lo detectaron. La realidad era manipulada por la izquierda cultural, que siempre arrojó un manto de normalidad a todo. Esa es la estrategia, y funciona. Y los intelectuales nicaragüenses dormían un dulce sueño.
-La izquierda ha demostrado ser muy audaz, aparentemente siempre logra sus objetivos…
-Parece ser así, pero ya hay iniciativas tempranas que pudieran poner fin a esa situación en el futuro, lo cual es esperanzador. En el estado de la Florida, ponen en práctica una ley que obliga a los niños a conocer el comunismo y sus implicaciones, para que sepan lo dañino que ha sido para la humanidad. El siglo XXI debe ser revisionista en ese sentido: revisionista del comunismo. Y eso incluye evitar la manipulación de la cultura también.
-Su vida ha estado signada por esa lucha contra una izquierda absorbente y desbordada.
-Yo crecí bajo la bandera del adoctrinamiento socialista. Yo tenía 15 años y ya en ese momento tenía conciencia de no formar parte de la cultura que hacían ellos para promover la revolución. Siempre tuve cuidado de no caer en el panfleto comunista. Me cuestionaban desde mi juventud mi posición anti izquierda. Ya de adulto fue imposible sacudirme el mote de agente de Estados Unidos que se le aplicaba a los que nos identificamos con la derecha, solo por no querer pertenecer a las formas anacrónicas del comunismo. Gracias a ello hoy vivo en un exilio que a veces siento no solo geográfico.
-¿Y cuál es el antídoto para esa enfermedad llamada comunismo?
-Hay que llevar la cultura a los pueblos. Por eso en Nicaragua siempre estuve involucrado en la creación de festivales de poesía, y también aquí en Miami. Fundé la revista “Decenio”, entre otras. Nuestro festival en Miami está dedicado a la libertad y los Derechos Humanos en Nicaragua, Bolivia, Venezuela y Cuba. La cultura tiene mucho que dar en esta etapa sin caer en el panfleto.
-¿Qué debe hacer el poeta en este momento histórico?
-Atender a su necesidad de comunicarse con el mundo. El poeta es un gran comunicador, tiene que divulgar algo, ese algo importante, por el mundo. El amor, el pasado, la muerte… la poesía tiene la función de dar una ventana al desarraigo de la persona, de la humanidad, pero también debe expresar su satisfacción por la presencia de esa humanidad, por la existencia del hombre. El poeta se encarga de sus propios fantasmas interiores y luego los transforma en arte escrito.
-En ese sentido, en la vida contemplativa del poeta, ¿qué momento quisiera atestiguar?
-El momento que quiero llegar a ver en mi vida es la caída de la tiranía de Cuba, y detrás de ella, todas las demás.
–Y para llegar al fin de las tiranías, ¿qué considera usted que deben hacer los pueblos que las sufren?
-Que la gente participe en política, porque es la única forma moral de relanzar un nuevo estilo de político, para reclamarle en un futuro. Con un sistema político más limpio y depurado, podremos aspirar a una vida más justa en el presente y en el futuro.
