

«Simón» no solo es una buena película. Simón se escapó de la ficción del cine y le dio por contar una verdad. Una realidad que resulta ser un pedazo doloroso, dolorosísimo de la historia reciente venezolana que todavía, años después, sigue doliendo y sigue sin final.
«Simón» es el relato de un grupo de estudiantes venezolanos que en el año 2014 salen a las calles de Venezuela a reclamar, como si ya fueran mayores, que les devuelvan su país.
Mes tras mes se rompen el alma, lanzan botellas y enfrentan al régimen con escudos de cartón. Gritos, pancartas, furia y búsqueda de justicia, por un lado, mientras que por el otro hay muchísimas tanquetas recién traídas de China pintadas de blanco, narcoguardias, colectivos del régimen y policías asesinos que son capaces en devolver a los chamos al silencio.
Los jóvenes venezolanos de las guarimbas perdieron; y Venezuela perdió, y los perdió a todos ellos también.
A los muchachos los vendieron, los remataron en una ronda de negocios entre el régimen y la oposición de mentiras, la primera fue en Republica Dominicana. Todos los «Simón», todos nuestros chamos vestidos de libertadores y con agallas de luchadores, fueron desmantelados tras una farsa tarifada que cambió la lucha de todo un país, por los arreglos de siempre entre los bandidos de una oposición inmoral y cómplice y un régimen de asesinos. Culpables, todos juntos, por tantas y tantas desapariciones, muertes y frustraciones de tantos y tantos de nuestros propios hijos.
Si alguien desea ver la película, basta con salir a las calles de este país y hable con los miles de «Simón» que hacen dos y tres turnos de trabajo con TPS o sin él. O que haga lo mismo en Argentina o en Perú o en cualquier país de Europa y del resto del mundo. En cualquier rincón donde fue a dar una Venezuela buena y limpia. Una Venezuela que maduró en las calles, luchando por ser libre. O muchas veces en los sótanos siniestros del miserable torturador de Rodríguez Torres, quien hoy se pasea con el dinero que le robó a todos los venezolanos, libre e impune, por las calles de España.
«Simón» es la muchachada que los políticos y la política en Venezuela perdió, y espero que no sea para siempre. Hoy seguimos incrédulos, asqueados, horrorizados, traumados y profundamente decepcionados de lo que no alcanzó hacer el país que vale la pena con el gesto noble con que los chamos se inmolaron.
«Simón» son mis muchachos, mis amigos y los hijos de mis amigos que fueron forzados a ser ancianos errantes, fuera o dentro de su propio país. Mientras la prostituida oposición continua con el bonche del voto imposible. ¡Qué vaina, vale!
Por eso, ¡Dios, Venezuela Libre y cese de la ocupación!